
Izanami

Izanamí es una de las deidades más importantes y complejas del panteón japonés, venerada como la deidad creadora y destructora. Su figura es inherentemente dual, representando tanto la fuente de la vida y el orden cósmico como la causa de desastres naturales y la muerte. La historia de Izanamí está intrínsecamente ligada al origen del mundo y a la comprensión japonesa de la naturaleza cíclica de la existencia, donde la creación y la destrucción son procesos interconectados y necesarios para el mantenimiento del equilibrio. Este artículo explorará en profundidad la mitología que rodea a Izanamí, su papel en la cosmogonía japonesa, sus atributos, su relación con otras deidades y la evolución de su imagen a lo largo de la historia.
Este artículo busca ofrecer una visión completa y detallada de Izanamí, analizando sus orígenes, su función en la mitología japonesa, las diferentes interpretaciones de su figura y su impacto en la cultura y el arte japoneses. Se examinarán las fuentes primarias y secundarias que han contribuido a la comprensión de Izanami, incluyendo los Kojiki, los Nihon Shoki y otras obras literarias y artísticas. Además, se analizarán las diversas representaciones de Izanamí a lo largo del tiempo, desde sus inicios como un dios benevolente hasta su posterior transformación en una figura más ambivalente y a menudo temida.
Orígenes y Cosmogonía

Izanamí se considera uno de los dos dioses primordiales, junto con Watatsumi (Dios del Mar), que originaron el universo. En la cosmogonía japonesa, el mundo se creó a través de un proceso de separación y diferenciación, donde Izanamí y Watatsumi se enfrentaron en una lucha primordial. Esta lucha, narrada principalmente en los Kojiki y los Nihon Shoki, es fundamental para comprender la naturaleza dual de Izanamí y su papel como creador y destructor. La creación del universo se describe como un acto de separación, donde Izanamí dividió el agua primordial, creando el cielo y la tierra, mientras que Watatsumi permaneció en las profundidades, representando el caos original.
La narrativa original, encontrada en los Kojiki, describe a Izanamí como un dios de forma humana, aunque con atributos celestiales, que se sentó sobre una nube y comenzó a crear el universo. Utilizó su mano derecha para crear el cielo y su mano izquierda para crear la tierra. Este acto de creación se considera un acto de orden y separación, estableciendo las bases para el mundo que conocemos. La importancia de esta narrativa reside en que establece la base para la jerarquía del panteón japonés, donde Izanamí y Watatsumi son considerados los padres de todas las demás deidades.
Posteriormente, la narrativa fue modificada en los Nihon Shoki, que enfatiza la lucha entre Izanamí y Watatsumi como el origen de los desastres naturales. En esta versión, la creación del mundo no es un acto de benevolencia, sino el resultado de una batalla cósmica que desgarra el tejido del universo. Esta diferencia en la interpretación refleja la evolución de la cosmovisión japonesa, donde la naturaleza se percibía cada vez más como una fuerza poderosa e impredecible, capaz de causar tanto la vida como la muerte.
La Creación del Universo
La creación del universo, según la tradición, se atribuye a Izanamí a través de un acto de separación y orden. Se dice que Izanamí se sentó sobre una nube y, utilizando sus manos, dividió el agua primordial, creando el cielo, la tierra y las primeras formas de vida. La mano derecha de Izanamí se utilizó para formar el cielo, mientras que la mano izquierda se empleó para crear la tierra, que inicialmente era un caos acuoso y desordenado.
El proceso de creación se describe como un acto de voluntad divina, donde Izanamí impuso su orden al caos primordial. Se crearon las primeras montañas, los ríos y los mares, y se establecieron las leyes naturales que rigen el mundo. Se formaron los primeros animales, incluyendo el Orochi, una serpiente de mil cabezas que representaba el caos y la destrucción. Este conflicto entre el orden y el caos es un tema central en la mitología japonesa, y se refleja en la figura de Izanamí como un dios que lucha constantemente contra las fuerzas del desorden.
La creación de los humanos también se atribuye a Izanamí. Se dice que Izanamí creó a los primeros hombres, los Amaterasu y Tsukuyomi, a partir de barro. Estos primeros humanos eran considerados como descendientes directos de Izanamí, y estaban destinados a servir a los dioses. Este acto de creación refleja la importancia que la sociedad japonesa otorgaba a la descendencia y a la jerarquía social, donde el linaje divino era fundamental para el estatus social.
El Conflicto con Watatsumi y la Creación de los Desastres
El conflicto central en la mitología de Izanamí es su lucha contra Watatsumi (Dios del Mar). Esta batalla, que se considera el origen de todos los desastres naturales, es fundamental para comprender la naturaleza dual de Izanami y su papel como creador y destructor. Originalmente, la lucha fue un intento de Izanamí de establecer el orden en el mundo, pero con el tiempo, se convirtió en una representación del caos inherente a la existencia.
La narrativa principal, encontrada en los Kojiki, describe cómo Izanamí intentó controlar las aguas del océano, pero Watatsumi se resistió, provocando inundaciones y terremotos. En respuesta, Izanamí provocó un gran terremoto, conocido como el Kishiwazamaru, que destruyó gran parte del mundo y mató a muchos humanos. Este evento es considerado un acto de ira divina, y es la base de la reputación de Izanamí como un dios destructivo.
Después de este evento, Izanamí asumió el rol de destructor, y se le atribuyen todos los terremotos, tsunamis y otros desastres naturales. Se le consideraba responsable de las calamidades que afectaban a la humanidad, y se le temía y se le adoraba con respeto y temor. Esta transformación de Izanamí de un dios creador a un dios destructor refleja la creciente conciencia japonesa de la impredecibilidad de la naturaleza y la necesidad de rendirse a su poder.
La Representación de Izanamí y sus Atributos
La representación de Izanamí ha evolucionado a lo largo de la historia japonesa, reflejando las diferentes interpretaciones de su figura y el impacto de las creencias populares. Originalmente, Izanamí se representaba como un dios de forma humana, aunque con atributos celestiales, como una larga barba blanca y un halo de luz. Se le asociaba con el cielo, el viento y la lluvia, y se le consideraba el protector de los agricultores y los pescadores.
Con el tiempo, Izanamí comenzó a ser representado como un dios más agresivo y amenazante. Se le asociaba con el fuego, la tormenta y la muerte, y se le representaba con una expresión de ira y furia. Esta transformación se reflejó en las esculturas y las pinturas de Izanamí, que mostraban a un dios con una cara enojada, con los ojos entrecerrados y la boca abierta en un grito.
Un atributo importante de Izanamí es su mano derecha, que se considera la fuente de la vida y la creación. Se dice que la mano derecha de Izanamí puede crear y destruir, y que puede otorgar la vida o causar la muerte. Esta dualidad es un reflejo de la naturaleza dual de Izanamí como un dios que es tanto creador como destructor.
El Rol de Izanamí en la Religión Shinto
En la religión Shinto, Izanamí es considerado uno de los Kami (dioses) más importantes. Se le venera como el dios del cielo, el viento y la lluvia, y se le considera el protector de los agricultores y los pescadores. Los santuarios Shinto dedicados a Izanamí suelen estar ubicados en lugares altos, como montañas o colinas, donde se cree que el dios puede observar el mundo.
A diferencia de otros dioses Shinto, como Amaterasu, Izanamí no es considerado un dios benevolente. Se le teme y se le adora con respeto y temor, y se le ofrece sacrificios para apaciguar su ira. Los sacerdotes Shinto que sirven a Izanamí suelen ser hombres ancianos y sabios, que tienen un profundo conocimiento de la naturaleza y de los rituales religiosos.
La veneración de Izanamí está estrechamente ligada a las prácticas agrícolas y pesqueras. Se cree que Izanamí puede traer la lluvia para los cultivos y el éxito en la pesca. Los agricultores y los pescadores ofrecen sacrificios a Izanamí para asegurar su favor y protección.
Resumen

Izanamí es una figura compleja y multifacética en la mitología japonesa. Originalmente, se le consideraba un dios creador, pero con el tiempo, se le transformó en un dios destructor, responsable de todos los desastres naturales. Esta transformación refleja la creciente conciencia japonesa de la impredecibilidad de la naturaleza y la necesidad de rendirse a su poder. Izanamí sigue siendo una figura importante en la religión Shinto, y se le venera como el dios del cielo, el viento y la lluvia. Su historia es un testimonio de la rica y compleja tradición religiosa de Japón.
Deja una respuesta



Relacionado: